ESTABLECIMIENTO JUANICÓ

LOS JESUITAS EN JUANICÓ

La familia Deicas descubrió un tesoro en las instalaciones de su Establecimiento.

Ahí. Justo ahí. Durante casi 300 años un maravilloso tesoro estuvo expuesto, sin que nadie se diera cuenta. Mucha gente caminó entre sus gemas. Miles de ojos se posaron en ellas, sin llegar a percibir los reflejos de su riqueza. Solo hacía falta que alguien tirara del cordel para comenzar a correr el velo.

Alguien lo hizo. Paso a paso, con mucha curiosidad y persistencia, Juan Carlos Deicas —fundador de Establecimiento Juanicó, una de las principales bodegas del Uruguay— fue investigando hasta lograr encontrar y exponer cada una de las reliquias que tenía, sin saberlo, en su propia casa.

Juanicó está sobre la ruta nacional número 5, en la frontera entre los departamentos de Canelones y Montevideo. La chacra San José, donde se encuentran los arroyos Canelón Chico y del Gigante, fue el lugar elegido por los jesuitas para establecer su centro operativo en la Banda Oriental.

 

Esa chacra fue el corazón de una enorme estancia, de más de 400.000 hectáreas —conocida como De los Desamparados o La Calera— que en 1745 el Cabildo de Montevideo otorgó a la Compañía de Jesús.

Aparece aquí el gran héroe de esta historia, el sacerdote jesuita Cosme Agulló. El protagonismo de este español en la presencia de los jesuitas en territorio oriental fue señalado por el doctor Carlos Ferrés en su libro Época Colonial – La Compañía de Jesús en Montevideo, pero adquiere enorme relevancia en la investigación realizada por Deicas.

Agulló nació en Alicante en 1710 y llegó al Río de la Plata en 1734. Dos años después se ordenó sacerdote. En 1744, por recomendación del comandante Domingo Santos de Uriarte, el rey Felipe V autorizó el establecimiento de los jesuitas en Montevideo. Poco después ya andaba Agulló recorriendo, a caballo y en carreta, los peligrosos campos del sureste de la Banda. Buscaba el lugar ideal para desarrollar su proyecto, destinado a sustentar el accionar misionero en este territorio. En 1746, cuando los jesuitas se establecieron oficialmente en Montevideo,  Agulló fue nombrado procurador de la Compañía. Junto a otros dos religiosos, que lo acompañaron en el desembarco, fundó la primera Residencia, donde se juntan las actuales calles Sarandí y Zabala. Pero su gran obra sería fuera de las murallas. Es la que nos trae hasta aquí.

Un lugar clave
La chacra San José tenía una ubicación estratégica. Fue por eso que Agulló la eligió. Cercana al puerto y en un sector alto, permitía a sus pobladores una vigilancia adecuada para anticipar cualquier ataque de indios y matreros. La proximidad del Fuerte traía una ventaja adicional en seguridad, el patrullaje de las tropas reales. La confluencia de los cursos de agua definía un corral natural para la estancia De los Desamparados, donde convergía el ganado casi naturalmente, sin demasiado esfuerzo. Es decir, un lugar inmejorable como destino final para la producción de la gran estancia. Agulló no era solo un cultivador de almas, que lo llevó a ganarse la confianza de cientos de indios tapes, que eligieron recibir su protección y ponerse a trabajar a su lado. Era además un genio creativo y un exitoso emprendedor.

A continuación algunas, tan solo algunas de las obras que hizo en los cinco años que anduvo por acá. Fundó la primera escuela jesuítica de Montevideo, dio luz a un faro en el Cerro —a pedido del Cabildo, que estaba alarmado por la cantidad de naufragios— y construyó un molino harinero en el Paso del Molino, también el primero de la naciente ciudad. Además enseñó a producir y trabajar en varias áreas. Don Cosme difundió prácticas agrícolas, orientadas fundamentalmente al cultivo de trigo, maíz y otros cereales, para que su molino fuera abastecido adecuadamente. También aplicó un método avanzado para la producción de cal —que usó en la Estancia de los Desamparados— y difundió técnicas para la fabricación de tejas cuadradas, musleras y ladrillos, que serían utilizados en las casas intramuros. Por si fuera poco, durante varios años y a precio de costo, abasteció de carne a la población montevideana y a las tropas que salían a campaña para mantener el orden. Pero, falta algo importante, su obra en la chacra San José.

El descubrimiento

A partir de 1979, en lo que fue el casco de la chacra, comenzó a desarrollarse la bodega Juanicó. Un conjunto de edificaciones, notoriamente añosas, fueron incorporadas años después a la operativa del establecimiento. Fuertes, resistentes, eficientes. Las preguntas eran obvias. ¿Quién, cuándo, para qué las habían construido? Fue un proceso lento. Deicas fue uniendo piezas hasta que, un día, el rompecabezas quedó armado. Fue su hijo Fernando, al frente del Establecimiento desde hace varias décadas, quien con su dron obtuvo una imagen incontrastable. Ante sus ojos, plena, quedó expuesta la gran obra de Agulló.

El sacerdote estableció, a 30 kilómetros de Montevideo y otros tantos de La Calera, lo que hoy podría definirse como polo logístico–productivo, núcleo empresarial de la obra jesuítica en la Banda Oriental, que no tuvo par en todo el territorio donde asentó la Compañía. Toda la operativa pasaba por allí. De salida de la Estancia, carne rumbo al Fuerte, cueros y grasa para exportar a través del puerto. En sentido inverso, primera posta para carretas y tropillas de bueyes y caballada de pecho; puesto defensivo —con tapes bien armados— y depósito seguro para importaciones y exportaciones de la Compañía.

Las construcciones están concentradas en una superficie cuadrada de 150 metros de largo por 150 de ancho, apenas 2,25 hectáreas en un predio que abarca 434. La joya de la obra jesuítica en Juanicó es el Puesto–Refugio, una construcción en piedra tallada y techo abovedado como el de una catedral, que se hunde ocho metros desde el nivel del suelo y mantiene una temperatura constante de 17 grados centígrados, con 78% de humedad. Sirvió como refugio de religiosos, indios y esclavos en caso de ataques, como depósito de diferentes bienes — entre ellos modernas armas— y como “heladera” para la producción láctea que se desarrollaba en el establecimiento. Actualmente es la Cava Preludio, donde se produce el vino estrella de Familia Deicas.

A diez metros de la cava está el enorme galpón donde operaba el tambo, con capacidad para 100 vacas lecheras. Los jesuitas elaboraban allí el queso Tafi, con una fórmula propia que ha llegado al siglo 21 y en cuya producción se destaca la provincia argentina de Tucumán, donde también la impusieron los integrantes de la Compañía. Cava y galpón fueron utilizados en las primeras décadas del siglo 20 por el entonces principal tambo del país, el Establecimiento Holstein, fundado por Bernardo Methol en 1918. Este tambo fue reconocido no solo por la calidad de su plantel lechero, sino también por las construcciones de avanzada en su infraestructura.

El conjunto se completa con una magnifica residencia de dos plantas, donde se alojaban los religiosos que llegaban desde diferentes misiones para realizar retiros espirituales; una casa para el personal de servicio —una pareja de esclavos— el puesto de vigilancia y la despensa.

Como otro testimonio de la magnitud del emprendimiento se mantiene un aljibe —con pozo de agua horizontal y abovedado, más su brocal— que se hunde debajo de la residencia. Este pozo integra una red de 26, a través de la cual la estancia atendía las necesidades de sus pobladores, viajeros y animales. Y hay finalmente un par de árboles tricentenarios, un eucaliptus y una tipa, descriptos en los libros como mojones de orientación para los viajantes, que el dron de Fernando Deicas identificó con precisión.

 

La investigación, sustentada en fuentes bibliográficas y documentos oficiales del Estado uruguayo, continúa. En las últimas semanas se extendió a los archivos del mismísimo Vaticano, con la colaboración del director del Archivo Histórico de la Compañía de Jesús (ARSI), el sacerdote uruguayo Raúl González, y del destacado historiador Sergio Palagiano, que se desempeña en el mismo archivo.

El trabajo permitió encontrar un documento inédito, escrito en italiano antiguo, que reseña la vida de Agulló de principio a fin. Este invalorable documento, que acumula información llevada a Roma en diferentes épocas y por distintos “cronistas” de la Compañía, fue traducido por Gonzalo Aemilius, sacerdote uruguayo que cursa un doctorado en la Universidad Gregoriana de Roma.

El arzobispo de Montevideo, cardenal Daniel Sturla, y el rector de la Universidad Católica, el sacerdote jesuita Julio Fernández Techera, especialista en historia de la Compañía del siglo 19, ya fueron informados del hallazgo y recorrieron las instalaciones. Juanicó guarda un patrimonio único en el mundo desde el punto de vista histórico, cultural, social y religioso. ¿Hay algo más, todavía oculto? Es probable. Deicas sigue buscando rastros de la capilla, que se montaba temporalmente cerca de la residencia cada vez que se celebraba el culto.

Mientras la pesquisa sigue, a orillas del lago, donde se bañan gran variedad de aves autóctonas y migrantes, alguien cuenta una historia. Dice que en las tardes de primavera, cuando el sol tiñe con diferentes tonos de naranja el cielo de Juanicó, desde el bosque surge un maravilloso coro, con los mismos cantos celestiales que entonaban los indios tapes al volver del trabajo junto a su cura doctrinero.